Horacio Silvestre
Quiroga Forteza (Salto, Uruguay, 31 de diciembre de 1878 – Buenos Aires, Argentina, 19 de febrero de 1937),
cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo. Fue el
maestro del cuento latinoamericano,
de prosa vívida, naturalista y modernista.2 Sus relatos
breves, que a menudo retratan a la naturaleza como enemiga del ser humano bajo
rasgos temibles y horrorosos, le valieron ser comparado con el estadounidense Edgar Allan Poe.
La vida de Quiroga, marcada por la tragedia,
los accidentes de caza y los suicidios, culminó por decisión propia, cuando
bebió un vaso de cianuro en el
Hospital de Clínicas de la ciudad de Buenos
Aires a los 58 años de edad, tras enterarse de que
padecía de cáncer de próstata.3
Nacimiento
Horacio Quiroga fue el segundo
hijo del matrimonio de Prudencio Quiroga y Pastora Forteza. En el momento de su
nacimiento, su padre había sido, por dieciocho años, el Vice-Cónsul argentino en Salto. Antes de cumplir dos meses y medio,
el 14 de
marzo de 1879 su padre murió al dispararse accidentalmente
con una escopeta que llevaba en la mano.
[editar]Adolescencia y formación
Hizo sus estudios en Montevideo, capital
de Uruguay hasta terminar el colegio secundario. Estos
estudios incluyeron formación técnica (Instituto Politécnico de Montevideo) y
general (Colegio Nacional), y ya desde muy joven demostró un enorme interés por
la literatura, la química, la fotografía, la mecánica, el ciclismo y la vida de
campo. A esa temprana edad fundó la Sociedad de Ciclismo de Salto y viajó en
bicicleta desde Salto hasta Paysandú (120 km).
En esta época pasaba larguísimas
horas en un taller de reparación de maquinarias y herramientas. Por influencia
del hijo del dueño empezó a interesarse por la filosofía. Se autodefiniría como
«franco y vehemente soldado del materialismo filosófico».
Simultáneamente también
trabajaba, estudiaba y colaboraba con las publicaciones La Revista yLa Reforma. Poco a poco, fue
puliendo su estilo y haciéndose conocido. Aún se conserva su primer cuaderno de
poesías, que contiene 22 poemas de distintos estilos, escritos entre 1894 y1897.
Durante el carnaval de 1898, el
joven poeta conoció a su primer amor, una niña llamada María Esther Jurkovski,
que inspiraría dos de sus obras más importantes: Las sacrificadas (1920) y Una estación de amor. Pero los
desencuentros provocados por los padres de la joven —que reprobaban la
relación, debido al origen no judío de Quiroga— precipitaron la separación
definitiva.
La enfermedad, el abandono, el final
Reunión de literatos en Buenos Aires, 1928: Horacio Quiroga (parado,
primero de la izquierda), su amigo Leopoldo Lugones(cruzado
de brazos), Baldomero Fernández Moreno (sentado, a la izquierda) y Alberto Gerchunoff (sentado, al centro).
En ese año de 1935 Quiroga
comenzó a experimentar molestos síntomas, aparentemente vinculados con una
prostatitis u otra enfermedad prostática. Las gestiones de sus amigos dieron
frutos al año siguiente, concediéndosele una jubilación. Al intensificarse los
dolores y dificultades para orinar, su esposa logró convencerlo de trasladarse
a Posadas, ciudad
en la cual los médicos le diagnosticaron hipertrofia de próstata.
Pero los problemas familiares de
Quiroga continuarían: su esposa e hija lo abandonaron definitivamente,
dejándolo —solo y enfermo— en la selva. Ellas volvieron a Buenos Aires, y el
ánimo del escritor decayó completamente ante esta grave pérdida.
Cuando el estado de la enfermedad
prostática hizo que no pudiese aguantar más, Horacio viajó a Buenos Aires para
que los médicos tratasen sus padecimientos. Internado en el prestigiosoHospital de Clínicas de
Buenos Aires a
principios de 1937, una
cirugía exploratoria reveló que sufría de un caso avanzado de cáncer de
próstata, intratable e inoperable. María Elena, entristecida, estuvo a su lado
en los últimos momentos, así como gran parte de su numeroso grupo de amigos.
Por la tarde del 18 de febrero,
una junta de médicos explicó al literato la gravedad de su estado. Algo más
tarde, Quiroga pidió permiso para salir del hospital, lo que le fue concedido,
y pudo así dar un largo paseo por la ciudad. Regresó al hospital a las 23.
Al ser internado Quiroga en el
Clínicas, se había enterado de que en los sótanos se encontraba encerrado un
monstruo: un desventurado paciente con espantosas deformidades similares a las
del tristemente célebre inglés Joseph
Merrick (el
«Hombre Elefante»). Compadecido, Quiroga exigió y logró que el paciente
—llamado Vicente Batistessa— fuera liberado de su encierro y
se lo alojara en la misma habitación donde estaba internado el escritor. Como
era de esperar, Batistessa se hizo amigo y rindió adoración eterna y un gran
agradecimiento al gran cuentista.
Desesperado por los sufrimientos
presentes y por venir, y comprendiendo que su vida había acabado, el soberbio
Horacio Quiroga confió a Batistessa su decisión: se anticiparía al cáncer y
abreviaría su dolor, a lo que el otro se comprometió a ayudarlo. Esa misma
madrugada (19 de febrero de 1937) y en presencia de su amigo, Horacio Quiroga
bebió un vaso de cianuro que lo mató pocos minutos después entre espantosos
dolores.6 Su cadáver fue velado en la Casa del Teatro
de la Sociedad Argentina de
Escritores (SADE)
que lo contó como fundador y vicepresidente. Tiempo después, sus restos fueron
repatriados a su país natal.
Su obra
Seguidor de la escuela modernista fundada por Rubén
Darío y
obsesivo lector de Edgar
Allan Poe y Guy de
Maupassant, Quiroga se sintió atraído por temas que abarcaban los aspectos
más extraños de la Naturaleza, a menudo teñidos de horror, enfermedad y sufrimiento
para los seres humanos. Muchos de sus relatos pertenecen a esta corriente, cuya
obra más emblemática es la colección Cuentos
de amor de locura y de muerte.
Por otra parte se percibe en
Quiroga la influencia del británico Rudyard
Kipling (Libro
de las tierras vírgenes), que cristalizaría en su propioCuentos de la selva, delicioso ejercicio de fantasía
dividido en varios relatos protagonizados por animales.
Su Decálogo del perfecto cuentista,
dedicado a los escritores noveles, establece ciertas contradicciones con su
propia obra. Mientras que el decálogo pregona un estilo económico y preciso,
empleando pocos adjetivos,
redacción natural y llana y claridad en la expresión, en muchas de sus relatos
Quiroga no sigue sus propios preceptos, utilizando un lenguaje recargado, con
abundantes adjetivos y un vocabulario por momentos ostentoso.
Al desarrollarse aún más su
particular estilo, Quiroga evolucionó hacia el retrato realista (casi siempre
angustioso y desesperado) de la salvaje Naturaleza que lo rodeaba en Misiones:
la jungla, el río, la
fauna, el clima y el terreno forman el andamiaje y el decorado en que sus
personajes se mueven, padecen y a menudo mueren. Especialmente en sus relatos,
Quiroga describe con arte y humanismo la tragedia que persigue a los miserables obreros rurales
de la región, los peligros y padecimientos a que se ven expuestos y el modo en
que se perpetúa este dolor existencial a las generaciones siguientes. Trató,
además, muchos temas considerados tabú en la sociedad de principios del siglo
XX, revelándose como un escritor arriesgado, desconocedor del miedo y avanzado
en sus ideas y tratamientos. Estas particularidades siguen siendo evidentes al
leer sus textos hoy en día.
Algunos estudiosos de la obra de
Quiroga opinan que la fascinación con la muerte, los accidentes y la enfermedad
(que lo relaciona con Edgar Allan Poe y Baudelaire) se debe a la vida increíblemente trágica
que le tocó en suerte. Sea esto cierto o no, en verdad Horacio Quiroga ha
dejado para la posteridad algunas de las piezas más terribles, brillantes y
trascendentales de la literatura hispanoamericana del siglo XX.
Análisis de su obra
En su primer libro, Los arrecifes de coral,
compuesto por 18 poemas, 30 páginas de prosa poética y 4 relatos, Quiroga pone
en evidencia su inmadurez y confusión adolescente. Punto aparte para los relatos,
en los cuales está ya en germen el estilo modernista y naturalista que identificaría al resto de su obra.
Sus dos novelas Historia de un amor turbio y Pasado
amor tratan
sobre el mismo tema —que obsesionaba al autor en su vida personal—: los amores
entre hombres maduros y jovencitas adolescentes.
En la primera de ellas Quiroga
divide la acción en tres etapas. En la primera, una niña de 9 años se enamora
de un hombre adulto. En la segunda parte, el hombre, que no se había percatado
del amor de la niña, pasados ocho años (ella tiene ahora 17) comienza a
cortejarla. En la tercera parte el hombre narra la última etapa de su amor: han
pasado diez años desde que la joven lo ha abandonado. La acción se inicia aquí:
es el tiempo presente de la novela.
En Pasado amor la historia se repite: un hombre maduro
regresa a un lugar luego de años de ausencia y se enamora de una jovencita a la
que había amado siendo niña.
Conociendo la historia personal
de Quiroga, se evidencian las características autobiográficas de ambas novelas:
hasta el nombre de la protagonista de Historia
de un amor turbio es Eglé
(así se llamaba la hija de Quiroga, de una de cuyas compañeritas se enamoró el
escritor y que llegaría a ser su segunda esposa).
Los avatares eróticos de Quiroga
con muchachas muy jóvenes pueblan el drama de estas dos novelas, con especial
hincapié en la oposición de sus padres, rechazo que Quiroga había aceptado como
parte integrante de su vida y con el que debió lidiar siempre.
Dejando a un lado el teatro de
Quiroga, poco difundido y al que los críticos siempre han llamado «un error»,
lo más trascendente de su obra son los cuentos cortos, género en que el autor
alcanza la madurez, impulsando en el mismo sentido a toda la narrativa
latinoamericana.
Es Horacio Quiroga el primero que
se preocupa por los aspectos técnicos de la narrativa breve, puliendo
incansablemente su estilo (para lo cual vuelve y rebusca siempre sobre los
mismos temas) hasta alcanzar la casi perfección formal de sus últimas obras.
Claramente influido por Rubén
Darío y los modernistas, poco a
poco el modernismo del oriental comienza a volverse decadente, describiendo a
la naturaleza con minuciosa precisión pero dejando en claro que la relación de
ella con el hombre siempre representa un conflicto. Extravíos, lesiones,
miseria, fracasos, hambre, muerte, ataques de animales, todo en Quiroga plantea
el enfrentamiento entre naturaleza y hombre tal como lo hacían los griegos
entre Hombre y Destino. La
naturaleza hostil, por supuesto, casi siempre vence en la narrativa
quiroguiana.
La morbosa obsesión de Quiroga
por el tormento y la muerte es aceptada mucho más fácilmente por los personajes
que por el lector: la técnica narrativa del autor presenta protagonistas
acostumbrados al riesgo y al peligro, que juegan según reglas claras y
específicas. Saben que no deben cometer errores porque la selva no perdona, y,
al caer, lo hacen con algo de «espíritu deportivo» y suelen morir, dejando al lector ansioso y angustiado.
La naturaleza es ciega pero
justa; los ataques sobre el campesino o el pescador (un enjambre de abejas enfurecidas, un yacaré, un parásito
hematófago, una serpiente, la
crecida, lo que fuese) son simplemente lances de un juego espantoso en el que
el hombre intenta arrancar a la naturaleza unos bienes o recursos (como intentó
Quiroga en la vida real) que ella se niega en redondo a soltar; una lucha
desigual que suele terminar con la derrota humana, la demencia, las muertes o,
simplemente, con la desilusión.
Hipersensible y excitable, dado a
amores imposibles, frustrado en sus empresas comerciales pero aún así emocional
y sumamente creativo, Quiroga abrevó en su propia vida trágica y en la
naturaleza a la que estudió y padeció, con su férrea voluntad de trabajador y
su sutil mirada de minucioso observador para construir una obra narrativa a la
que la mayor parte de los críticos consideraron (y aún consideran)
«poéticamente autobiográfica». Tal
vez en este «realismo interno»
u «orgánico» de las piezas de Quiroga resida el irresistible encanto que aún
hoy ejercen sobre los lectores, que, sin darse cuenta, descubren en sus páginas
la verdadera naturaleza del escritor que, tal vez como muy pocos en la
literatura latinoamericana, fue capaz de susurrar sus propias palabras al oído,
aunque a veces el murmullo se transforme en un grito desesperado.
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