lunes, 7 de mayo de 2012

leyenda que me conto mi abuela!

Allá por 1873, nació en un humilde pueblo de Sinaloa Teresa Urrea, hija ilegítima de una indígena pobre y de un acaudalado hacendado vinculado con la clase política de la región. Naturalmente, la niña fue criada por su madre con todas las carencias inevitables del caso, aunque pronto la situación dio un giro completo cuando la entonces adolescente fue abandonada por su progenitora. Entonces, la pequeña Teresa buscó a su padre, quien no dudó en acogerla y en brindarle protección en la pequeña comunidad de Cabora.
Durante sus paseos por las calles de su nuevo pueblo, Teresa conoció a la curandera del lugar, con quien no tardó en entablar una amistad especial. Efectivamente, la señora percibió cualidades excepcionales en la muchacha, y decidió introducirla en el misterioso mundo de la magia y los hechizos. De tal modo, Teresa se volvió aprendiz de la vieja, a quien acompañaba a visitar a los enfermos de la región.



Fue en una de esas consultas cuando Teresa reveló sus poderes singulares. Mientras curandera y aprendiz atendían a una parturienta al borde de la muerte, de repente, la joven Teresa, en éxtasis, dio un sonoro grito, se lanzó sobre la enferma y ayudó a salir del vientre a la criatura, no sin antes devolverle la salud a la madre. Cuando la muchacha salió del trance, la anciana le refirió lo ocurrido sin poder disimular su asombro.



Tiempo después, Teresa fue víctima de un ataque cataléptico, del cual pudo salir varios días después. Durante dicho estado, el padre de la joven la creyó muerta y organizó los funerales. Pero cuál fue la sorpresa de todos los dolientes cuando, sin previo aviso, la "difunta" se alzó del ataúd, a partir de lo cual comenzó a demostrar sus dones de profecía y sanación.
Efectivamente, luego de la "resurrección" de Teresa, los rumores sobre sus poderes curativos se propagaron rápidamente por todo Sinaloa y estados vecinos.



Primero decenas, luego cientos y, finalmente, miles de devotos de la llamada "Santa de Cabora" arribaban día con día al pequeño poblado, guiados por una inextinguible fe en los prodigios bienhechores de Teresa. De acuerdo con los fieles, la muchacha era capaz de curar de todo y de advertir sobre cualquier peligro a cuanto individuo necesitado se acercara a ella. Mientras, el papá contemplaba resignado a la cotidiana muchedumbre, un tanto escéptico acerca de los milagros de su hija.



Pero no todos pensaban igual en el país. Porfirio Díaz y las autoridades locales comenzaron a juzgar con recelo los dones de Teresa, debido a lo cual la vigilaban con discreción. Pero de la sospecha saltaron a la alarma cuando algunas revueltas de indígenas y obreros empezaron a usar como grito de guerra "¡Viva la Santa de Cabora!". Por ello, don Porfirio decidió arrancar "el mal" de raíz y expulsó del país tanto a la iluminada sinaloense como a su padre.
Así, una y otro fueron trasladados a los Estados Unidos, donde Teresa participó activamente en la prensa consagrada al ataque del dictador mexicano. Mas la muerte se la llevó en 1906, cuando apenas tenía treinta y tres años.

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